Tanto dar vueltas
alrededor del mismo tema, tantas postergaciones y razones lo suficientemente
razonables como para no sonar a excusas, tanto apremio y luego dilación
para que aparezca al fin, como una revelación, la sensación casi palpable
de que esto sólo podía terminar así, y que lo recurrente de tus errores no
sirve ni siquiera para legitimarlos, mucho menos para aprender de ellos.
Entonces, mientras el día se esfuma y se empiezan a callar los bocinazos,
mientras todos los hogares reciben a sus agotados moradores, vos te encontrás
otra vez solo, fumando como un tarado frente a esa pantalla muda. Solo,
volvés a preguntarte si tantas mentiras no son más de lo mismo, nada más
que otra forma de disfrazar tu enorme inseguridad y el vacío que te está carcomiendo.
Y claro que lamentás los errores del pasado, pero también sabés que no tenés
los huevos suficientes como para tratar de revertirlos, pero tal vez... tal vez
ella también esté del otro lado de esa pantalla muda, comiéndose las uñas y
reprochándose no haberte buscado tanto como querría. Quizás esté, igual que
vos, fumando como una tarada y esperando que el silencio se rompa. Pero
no, no le hablás; estás convencido -y te apabulla esa certeza- de que en
el fondo, no merecés ser feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario