Tanto dar vueltas
alrededor del mismo tema, tantas postergaciones y razones lo suficientemente
razonables como para no sonar a excusas, tanto apremio y luego dilación
para que aparezca al fin, como una revelación, la sensación casi palpable
de que esto sólo podía terminar así, y que lo recurrente de tus errores no
sirve ni siquiera para legitimarlos, mucho menos para aprender de ellos.
Entonces, mientras el día se esfuma y se empiezan a callar los bocinazos,
mientras todos los hogares reciben a sus agotados moradores, vos te encontrás
otra vez solo, fumando como un tarado frente a esa pantalla muda. Solo,
volvés a preguntarte si tantas mentiras no son más de lo mismo, nada más
que otra forma de disfrazar tu enorme inseguridad y el vacío que te está carcomiendo.
Y claro que lamentás los errores del pasado, pero también sabés que no tenés
los huevos suficientes como para tratar de revertirlos, pero tal vez... tal vez
ella también esté del otro lado de esa pantalla muda, comiéndose las uñas y
reprochándose no haberte buscado tanto como querría. Quizás esté, igual que
vos, fumando como una tarada y esperando que el silencio se rompa. Pero
no, no le hablás; estás convencido -y te apabulla esa certeza- de que en
el fondo, no merecés ser feliz.
jueves, 23 de agosto de 2012
sábado, 7 de enero de 2012
Estival
Calor. El aire, espeso, entra por la boca y llena los pulmones aletargando en su serpenteo cada músculo y cada pensamiento. Se siente su paso como de líquido ardiente a lo largo de la tráquea, metiéndose en los bronquios e instalándose en los alvéolos, anidándose alli, perezoso. Hasta los sonidos se han adormecido en el sopor de la siesta. Alicia se hunde en el colchón o al menos eso es lo que ella cree. El roce del edredón de seda en sus muslos se siente como pequeñísimos dedos que tiran de ella y la aplastan contra la superficie caliente y resbalosa. Su pelo enrulado se pega a la frente, gruesas gotas caen por sus sienes, otras se deslizan entre las cejas y caen en sus ojos, ardiente salobre lava sudor. Los cierra para calmar el dolor; los oídos zumban y el latido de las sienes se hace atronador. Su mente se pierde por rincones inesperados, escenas de aguas cristalinas y brisa reconfortante, y se confunde en recuerdos de un pasado que nunca existió. Se va fundiendo su cuerpo lánguido junto a su conciencia en el calor de la siesta y, en miles de micronésimas gotas tornasoladas, va desapareciendo lentamente, se evapora y se pierde sin dejar otro rastro que una aureola húmeda y fragante a duraznos y fresias.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)