sábado, 7 de enero de 2012

Estival



Calor. El aire, espeso, entra por la boca y llena los pulmones aletargando en su serpenteo cada músculo y cada pensamiento. Se siente su paso como de líquido ardiente a lo largo de la tráquea, metiéndose en los bronquios e instalándose en los alvéolos, anidándose alli, perezoso. Hasta los sonidos se han adormecido en el sopor de la siesta. Alicia se hunde en el colchón o al menos eso es lo que ella cree. El roce del edredón de seda en sus muslos se siente como pequeñísimos dedos que tiran de ella y la aplastan contra la superficie caliente y resbalosa. Su pelo enrulado se pega a la frente, gruesas gotas caen por sus sienes, otras se deslizan entre las cejas y caen en sus ojos, ardiente salobre lava sudor. Los cierra para calmar el dolor; los oídos zumban y el latido de las sienes se hace atronador. Su mente se pierde por rincones inesperados, escenas de aguas cristalinas y brisa reconfortante, y se confunde en recuerdos de un pasado que nunca existió. Se va fundiendo su cuerpo lánguido junto a su conciencia en el calor de la siesta y, en miles de micronésimas gotas tornasoladas, va desapareciendo lentamente, se evapora y se pierde sin dejar otro rastro que una aureola húmeda y fragante a duraznos y fresias.